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The end

ultimo cine de yecla

Por Raquel Ortega Martinez

Hace apenas unas semanas cerró definitivamente el cine de mi pueblo, el último superviviente de las cuatro salas de proyección que llegó a tener Yecla (Murcia). El cine PYA (siglas de Parque Yeclano de Atracciones) abrió sus puertas en 1952 de la mano de Pedro Muñoz, y la primera película que proyectó fue Parsifal (1951), protagonizada por el actor uruguayo Gustavo Rojo.

 Tras la jubilación de Pedro, tomó el relevo su hija Loli, que ha sido quien lo ha mantenido a flote en estos difíciles últimos años de vacas flacas en los que muchos yeclanos preferían conducir media hora hasta un centro comercial para ir a un cine más ‘moderno’ con cubos de palomitas y gafas en 3D, y en los que los rumores acerca de su cierre eran constantes.

 Con la desaparición del PYA vuelven a mi memoria las infinitas tardes de domingo pasadas delante de aquella enorme y preciosa pantalla de cine, esperando a que se apagasen las luces y te invadiese ese maravilloso cosquilleo de anticipación al ver aparecer los títulos de crédito de apertura.

ultimo cine de yecla

 La mayor parte de los recuerdos de mi adolescencia pasan por ese cine PYA, situado a apenas tres calles de mi casa, y al que mis amigas y yo íbamos todos los domingos sin perdonar ni uno sólo. Podría decirse que era más un ritual que un hobbie. No importaba qué película estuviese en cartelera, de hecho casi nunca la consultábamos, simplemente íbamos, siempre a la sesión de las siete y media excepto cuando había programa doble.

 Era un cine de pueblo, sí, con sus butacas viejas y hechas polvo y sus películas de estreno en 35mm que llegaban la mayoría de las veces con un par de semanas (y a veces hasta de meses) de retraso, pero en su maravillosa pantalla parecían reflejarse todos nuestros sueños. Entre sus filas aprendí a amar el cine, a soñar, a vibrar con historias y aventuras que sólo habitaban en el celuloide.

 Uno de los mejores recuerdos que guardo de mi infancia es ir al cine por primera vez. Tenía cinco años y mi madre me había comprado unos fantásticos zapatos rojos con un poquito de tacón, y para estrenarlos me llevó a ver La sirenita a la que entonces era la sesión infantil de los domingos por la mañana. Salí enamorada de aquella sala. El cine en pantalla grande era una cosa maravillosa, casi mágica, y yo quería ser como Ariel y cantar como ella y tener ese pelo rojo tan fabuloso.

 En esas butacas llenas de historia del cine fui a ver El sexto sentido con mi primer novio, vi a mi madre llorar de la risa con Mi gran boda griega, sufrí las colas que daban casi la vuelta a la esquina para comprar una entrada para Titanic, salí con dolor de cuello tras ver Gladiator en segunda fila, aluciné viendo con mi padre Parque Jurásico y Twister, tuve que sacar a mi hermana a la calle porque no dejaba de llorar viendo la versión en carne y hueso de 101 dálmatas y llevé a mi abuela a ver Y tu mamá también, quien, a los cinco minutos de empezar la película y durante una escena de cama especialmente explícita me preguntó: «Raquel, ¿y de qué me habías dicho que iba esta película?».

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 Son sólo unos pocos recuerdos de los muchísimos buenos momentos que he vivido en el PYA, y es precisamente por eso que ahora me da tantísima pena ver que ha cerrado sus puertas después de 61 años de buen cine para convertirse en la ampliación de un supermercado.

 Con motivo de su cierre, el fotógrafo yeclano Juanjo Martínez ha creado una estupenda colección de fotografías titulada ‘The End’ que retratan los entresijos del PYA. No se me ocurre mejor manera de escribir el fin de este pequeño gran cine.