Star Wars. El despertar de la fuerza: La chatarrera que desafió a un imperio

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Termina la proyección y empiezan los aplausos en la sala. Si tuviera que resumir  El despertar de la fuerza en una palabra tendría muy claro cual sería: Continuismo. JJ Abrams tenía muy claro el camino a seguir: La primera trilogía. Hay cambios, pero no van más allá de un mero cambio de cromos. Los fans de siempre están de enhorabuena. La esencia sigue intacta, sin olvidar que estamos ante un entretenimiento de primera división. Podemos estar contentos.

Hay guiños, hay revival, pero la película es «más de lo mismo» en el mejor de los sentidos. No es solo una copia, los personajes han evolucionado para participar en una nueva historia. Y si, hay sorpresas que por suerte han llegado vivas al estreno.

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Todos los apartados técnicos lucen de maravilla. Hay CGI, pero el uso de ordenador es mucho más inteligente que el de los episodios I, II y III. El universo de El despertar de la fuerza se puede tocar, lo que provocará que el paso del tiempo no pese como una losa sobre la película.

A pesar de todos sus fuegos artificiales, este nuevo episodio sigue siendo tan teatral como lo fue la trilogía original. Los FX siguen ahí, pero la película nunca deja de ser un filme de personajes. Una decisión acertada en unos tiempos en los que es dificil que la técnica nos deje boquiabiertos.

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Los nuevos rinden a gran nivel, especialmente Rey, la nueva protagonista interpretrada por Daisy Ridley, que demostrará que «chatarrera» es una profesión de futuro.  También maravilla BB-8, el nuevo androide, que no tiene absolutamenta nada que envidiar al mítico R2-D2. Por su parte el lado oscuro ha creado un antagonista de altura, Kylo Ren, un digno sucesor de Darth Vader.

Abrams ha aplicado a Star Wars el ritmo que tan bien ha funcionado en Star Trek. Agradecemos que la acción, presente durante todo el minutaje, está más que justificada. No hay exhibiciones de tiros gratuitas, lo que hace que nunca perdamos la atención. No faltan momentazos para la historia de la saga, engrandecidos por una acertada fotografía que crea grandes contrastes tanto en paisajes desérticos como nevados.

Quizá lo único que he echado en falta ha sido un poco más de contenido más allá de la aventura. La saga sigue contando con contenido político, pero su impacto es menor que el del Eposido III, una película en la incluso veíamos usar los escaños como arma. En esta ocasión, La Nueva Orden, que así se llama lo que queda del imperio, mezcla la estética nazi con la iconografía de Corea del Norte, apuntando al peligro de los totalistarismos de cualquier signo. Algunas ideas no se desarrollan del todo por la necesaria presentación de personajes, pero aún hay tiempo para retomarlas.

En definitiva, estamos ante una película notable. Un regreso que ha respondido a las altas expectativas y que por suerte no ha caído en el corsé de la marca Disney. Hay motivos para sonreir, pero un poco de riesgo en la próxima entrega puede hacer que lo «muy bueno» se convierta en «excelente». Visto lo visto, se puede conseguir en el episodio VIII.

 

Los Juegos del Hambre: Sinsajo parte 2. Al carajo con el sinsajo

¡Madre mía! Y yo pensando que ya habíamos visto lo peor de la saga de los Juegos del Hambre en el primer episodio de Sinsajo… Que inocente. Tras dos episodios notables, Hollywood decidió que para ver el último episodio de la saga esperaráramos 12 meses y pagáramos 9 euros más. Asumido el despropósito pensé que al menos nos iban a premiar con un final digno. Error.

El desenlace solo ha servido para confirmar a Josh Hutcherson y su Peeta Mellark como una de las peores interpretaciones de todos los tiempos. Personaje e intérprete consiguen que cada una de de sus apariciones durante cuatro películas se conviertan insoportables, especialmente en esta última.

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¿Harto de personajes femeninos florero? Tranquilos, Liam Hemsworth ha demostrado que la versión masculina de ese rol residual también existe. Su aparición solo transmite un pensamiento en el espectador… «¿Se parece más a Piqué o a Llorente?».

Lo único salvable aquí es una vez más Jennifer Lawrence, que parece asumir con resignación que esta vez no ha podido salvar la película. Ni él, ni Donald Sutherland, ni Julianne Moore, ni siquiera el difunto Philip Seymour Hoffman.

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El guión no es del todo malo. Es remarcable su intento de hacer una película política que se eleve por encima de la superficialidad que se le presupone. Siguen presentes temas como la propaganda o la manipulación mediática, y se explota un mensaje que ya se presentó en su predecesora: «El totalitarismo no es propiedad exclusiva de la derecha». Lástima que solo sean estrellas fugaces en un final de ritmo pausado y duración excesiva.

La realidad es que todo era mejor dentro del cuadrilátero en que se disputaban los juegos del hambre.  Amigos, Hollywood nos la ha vuelto a meter.

Lo mejor: La escena del ataque de los mutos en las cloacas.

Lo peor: ¿Donde sinsajo está la épica?