Rogue one: Una historia de Star Wars. Cuando la fuerza no acompaña

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«Pium pium pium pium». Así podríamos resumir Rogue one, la última excusa de Disney para seguir recaudando fondos para la causa galáctica. Que podamos abreviar una película con cuatro onomatopeyas no es algo precisamente bueno.

La película nos sitúa entre los episodios III y IV, una dura época en la que el imperio campa a sus anchas y los Jedi son solo un mito. La resistencia, en horas bajas, intentará dar un golpe maestro al enemigo: Robar los planos de su gran amenaza, la Estrella de la muerte. Lo se, pintaba genial. Lástima que un guión ridículo, un áspero tono y una dirección mediocre reduzcan todo a polvo estelar.

El gran problema de Rogue one es que todo sucede porque sí, porque me da la gana. Imagino a los responsables de la película en un despacho al grito de «Da igual que no tenga lógica, lo importante es llenar el hueco entre episodios». Todo parece metido con un gran calzador galáctico. Las soluciones de la película son siempre ridículas (El momento interruptor o lo de Estrellita rozan la vergüenza ajena).

Si algo caracteriza a Star Wars es que los conflictos están tan bien marcados que se podrían representar en el escenario de un teatro sin necesidad de efectos especiales. Algunos pasajes de la saga parecen salidos de la pluma de William Shakespeare. Rogue one es la antítesis de esa esencia.

Los actores consiguen lo que pocos podían pensar: Que un droide del imperio reprogramado les barra en carisma. Hasta un personaje del nivel de Darth Vader parece fuera de lugar. Con la protagonista (Jyn Erso) han querido repetir la jugada de ‘Rey’, pero no les ha salido. Show Guerrera, Cassian Andor, Chirrut Îmwe o Baze Malbus (Ríete tú de Jar Jar Binks) son mera comparsa. Eliminadles en un remontaje mental y veréis que ninguno era necesario. Lo que si consigue dar el pego son las resurrecciones digitales de algunos personajes, que encajan extrañamente, pero encajan.

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Uno de los gran temores era que Disney redujera la película a un «Canta con nosotros», pero por suerte o desgracia Rogue one no es una película para niños. Una nueva esperanza enamoró a toda una generación, pero no ocurrirá lo mismo con esta ensaimada de disparos que queda lejos de resultar simpática. Agradecemos que Gareth Edwards haya pasado de no meter ni un solo gag en su infumable versión de Godzilla a los tres de Rogue one. De rescatar algo podríamos rescatar el climax final, un desenlace que hace que nos preguntemos si los 100 minutos anteriores eran estrictamente necesarios. Hasta ahora pensábamos que la saga solo nos presentaba un planeta si era fundamental en la trama. En Rogue One visitamos quince sin justificación aparente. En conclusión, con un mediometraje de conexión hubiéramos tenido más que suficiente.

Al menos la película mantiene el sello político de la saga, tan presente en los episodios I, II, III. Resulta curioso además que la muy conservadora Disney haya permitido estrenar una película que resulta una gran reivindicación del terrorismo. Una película que no ve con malos ojos derribar las torres del imperio (¿Os suena de algo?).

Desde hace unos meses se corre el rumor de que el primer montaje de la película era el bueno, pero Disney se reveló. Tras ver varias películas de Gareth Edwards mi postura es que quizá lo que intentó Disney es evitar un desastre mayúsculo y que todo quedara en desastre relativo. Siempre habrá quien defienda este simplón capítulo por devoción a una saga que en este momento vive de las rentas. Yo me niego a pensar que todo se ha reducido a una entrega de Los mercenarios sin carisma. Los más exigentes esperamos que el episodio VIII pueda devolver el equilibrio a la fuerza. Para ver tiros me vale Fast & Furious.

 

Hasta el último hombre: A la mierda la segunda enmienda

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«Bajo esta máscara hay algo más que carne y hueso, bajo esta máscara hay unos ideales, señor Creedy, y los ideales son a prueba de balas». Reconoceréis esta cita. Es de la versión cinematográfica de V de Vendetta. Y es perfectamente aplicable a Desmond Doss, protagonista de Hasta el último hombre, un soldado que se agarró a sus principios para salvar la vida de sus compañeros.

Se ha prodigado poco Mel Gibson en esto de la dirección, pero cuando lo ha hecho ha sido para trascender. Braveheart marcó un antes y después en las escenas de batalla. Apocalypto mostró la naturaleza salvaje de los mayas. La pasión de Cristo se convirtió en un fenómeno que llevó a las salas a millones de espectadores no habituales. Es normal que ante una película de su sello las expectativas estén altas.

Es importante matizar que no estamos ante una cinta bélica al uso. Hasta el último hombre más que el episodio del acantilado de Hacksaw cuenta la historia de Desmond Doss, el primer objetor de conciencia condecorado por el ejército de Estados Unidos. Un tipo que sin tocar un arma se plantó en la puerta terrestre del infierno. Si habláramos de ‘jugar a los médicos’ Desmond Doss estaría en nivel Dios.

Se podría dividir la historia en tres partes: Romance, campo de entrenamiento y guerra. Las dos primeras se podrían enmarcar en el terreno del cine clásico americano. Ahí es donde Gibson se pone el disfraz de Clint Eastwood para narrar con mano firme y a la vieja usanza. Un tipo de cine casi extinto.

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Es en la guerra donde vemos la cara más reconocible del director, haciendo de la violencia una de las bellas artes. La coreografía bélica del australiano es digna de mención. A esto hay que añadirle que se ha prescindido de los efectos especiales apostando por la acción real. Como cuenta el propio director en el Making Off «Todo lo que se ve en pantalla está rodado de verdad». Así que cuando vemos a una persona en llamas en la película hubo fuego real, no el ya habitual fuego por ordenador.

El problema de Hasta el último hombre es el mismo que padecieron Braveheart o Apocalypto. A Gibson le cuesta atravesar la capa de superficialidad que hay en sus películas. Hay amor, hay sufrimiento, hay guerra… Pero todo parece orquestado. Hay violencia, hay dolor, pero falta esa capa de realismo que nos acerque aún más a sus protagonistas. Falta crudeza.

Tampoco me ha convencido Andrew Garfield. He visto más a un ‘actor haciendo de’ que al verdadero Desmond Doss. He visto ‘al que hizo de Spiderman’, lo cual no dice mucho a su favor. Por suerte los secundarios, fantásticos Vince Vaughn, Sam Worthington y Hugo Weaving, consiguen lo que no logra el protagonista. También brilla con luz propio Teresa Palmer. Vale, su interpretación no es nada del otro mundo, pero como le dicen a Doss en un momento de la película… «¿Sabes qué juega en otra liga, verdad?». Vamos, que la chica no está mal.

Tras esta valoración gratuita y superficial volvamos a la película. Aún con sus fallos, el material con el que cuenta Gibson es de primer nivel. Hay una historia que merecía ser contada, y que por si solo hace que la película funcione. Además aparecen temas como el bullying, porque Hasta el último hombre no es solo una película antibelicista, también es una gran cinta contra los prejuicios.

La historia real de Desmond Doss (Leer solo si ya has visto la película)

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Aunque parezca la última gran americanada la historia de Desmond Doss es completamente verídica. Sus compañeros de misión contabilizaron más de 100 salvamentos por parte del objetor de conciencia, pero Doss, del que todos los que le conocieron destacan su humildad, dijo que ‘solo’ habían sido unas 50, por lo que el ejercito americano dejó la cifra en 75.

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En el momento de su rescate tras la explosión de una granada, la película omite una de sus mayores heroicidades. (Quizá Gibson pensó que era demasiado ya). A pesar de la gravedad se tiró de la camilla y cedió su lugar a otro herido. Se mantuvo esperando cinco horas en el campo de batalla  a la siguiente camilla.

La guerra pasó factura a Doss, que sufrió tuberculosis, perdió un pulmón y se quedó sordo.

Almodovar se carga el acento gallego en Julieta

Hoy no vamos a hablar de la notable Julieta, una de las mejores películas del Almodovar reciente. Vamos a hablar de una inexplicable decisión del director en la película.

Además de Madrid, la película se desarrolla en un lugar indeterminado de Galicia. No solo lo sabemos porque se ha rodado en lugares como Redes, Ares o Mugardos. Los nombres de los personajes, Xoan o Antia, o la muy gallega decoración de la casa gallega de Xoan así lo confirman. Tras Madrid, es el lugar más frecuentado por la trama. Xoan es pescador, su hija Antia ha crecido allí hasta la adolescencia, y Marian, ama de llaves de la casa, parece no haber salido jamás de ese pueblo ficticio. Al igual que Ava, amiga de Xoan desde la infancia que también pertenece al lugar. Pues bien, ninguno de estos personajes habla gallego. Aquí podríamos entrar en un debate sobre lo que suma o resta la inclusión de subtítulos y otras lenguas. Puede pasar. Pero hay un elemento que convierte a este drama con elementos de thriller en una película de ciencia ficción: ¡Ninguno de estos personajes tiene acento gallego!

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Quizá se la puedan ‘meter’ a alguien que no ha estado en la fascinante tierra de Cunqueiro y Castelao, pero a mi no me la cuelan. He pasado la mayor parte de mis veranos en Galicia por razón de sangre, y hablar de gallegos de zonas rurales sin acento es más increíble que el monstruo del Lago Ness en una clase de biología. Y no se queda solo ahí. La película tampoco pone acento cuando la acción se traslada a Andalucia.

La pregunta es ¿Por qué? Y solo Almodovar tiene la respuesta. Pero de entrada me parece una falta de respeto a la riqueza que aporta esa seña de identidad, esa carta de presentación que indica nuestro origen y que cuesta tanto disimular.

Hay que mantener los acentos del cine, aunque siempre haya algún gilipollas que viendo la muy sevillana ‘El mundo es nuestro’ grite a la pantalla… ¡Qué aprendan castellano! Va siendo hora de que los espectadores conozcan la realidad peninsular. Bravo por el euskera de Igelak o el catalán de La propera pell. Bravo por los creadores que hacen que el cine español no sea uno grande y libre, y en perfecto castellano.

Ahora os toca opinar a vosotros.

American Crime Story: The people v. O.J. Simpson. La cuestión racial

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Curioso que en 2016, 21 años después del juicio contra el célebre jugador de fútbol americano y actor  O.J. Simpson, se hayan emitido los dos mejores trabajos audiovisuales al respecto: La serie documental OJ: Made in America y la serie de ficción American Crime Story: The people v. O.J. Simpson. Nos centraremos en el producto de ficción del canal estadounidense FX, que ha sido estrenado en España por Netflix, una vez más sacando a flote lo mejor de la programación televisiva americana.

Al frente de la serie encontramos a Ryan Murphy, uno de los grandes nombres del sector gracias a Nip/Tuck, Glee, American Horror Story y Scream Queens. En esta ocasión se aleja del terror y la comedia para dramatizar el juicio más mediático de la historia de los Estados Unidos.

Si no sabes nada de los que sucedió en ese 1994 estas en la posición óptima para ver la serie. No era mi caso exactamente. Recuerdo ver en el telediario las imágenes de O.J. huyendo en una furgoneta blanca, imágenes que por alguna extraña razón tengo grabadas en la memoria. Pero hasta ahí. Mi temprana edad me impedía entender la complejidad de un juicio. Supongo que por eso mi cerebro decidió que era más sencillo quedarse con la imagen de un coche escapando a toda velocidad.

O.J fue acusado de doble asesinato por la muerte de su mujer, Nicole Brown, y Ronald Goldman. A pesar de que estaba muy lejos de ser portavoz de la comunidad negra, la estrategia de la defensa convirtió el juicio en una cuestión racial. La televisión le dio al proceso una cobertura inaudita, y todos los implicados en el juicio se convirtieron de la noche a la mañana en protagonistas de la programación televisiva.

Murphy ha sabido dramatizar esos meses convulsos desde la misma noche del suceso con un guión inteligente que nunca se estanca en las arenas movedizas del lenguaje judicial. Prima el entretenimiento, un entretenimiento nunca exento de calidad. El guión consigue que siempre queramos más, haciendo que los diez episodios pasen un suspiro. Todo funciona como un reloj, desde la elegante dirección a la acertada puesta en escena.

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Y a pesar del buen material de partida, son las interpretaciones son la gran baza de esta serie. El nombre de Simpson resuena en el título, pero no es el acusado el personaje principal. La fiscal Marcia Clark, brillantemente interpretada por Sarah Paulson, es la auténtica protagonista. Sin duda es la de Paulson la mejor interpretación femenina de 2016 en el terreno series. El resto del reparto también rinde a gran nivel. La tarea de reciclaje de Murphy con John Travolta, David Schwimmer y Cuba Wooding Jr, intérpretes en clara decadencia, es digna de mención. Travolta también figura como productor ejecutivo de la serie.

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La segunda temporada de la franquicia American Crime Story, ya en producción, se centrará en el desastre del huracán Katrina, a priori un tema con menos pegada que el caso Simpson. Mientras que la tercera, recién confirmada, se centrará en el asesinato de Gianni Versacce. Un gran reto después de esta gran primera temporada.

 

La llegada: Reivindicando las letras

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El concepto de ‘Primer contacto’ siempre ha seducido a la ficción, sobre todo si se trata de un encuentro entre la humanidad y los extraterrestres. Unas veces somos nosotros los que vamos en su busca, y en otras son ellos los que llegan con desconocidas intenciones. En La llegada, el bando terráqueo juega como local. Pero el ‘Primer contacto’ en su definición exacta habla de «un encuentro entre dos culturas que desconocían su existencia mutua». Si acudimos a la historia encontraremos varios ‘primeros contactos’ documentados. El más célebre es el de la llegada de Cristobal Colón a América, y como sabéis esa primera página común se escribió con sangre. No es de extrañar que el lenguaje predilecto del cine para solucionar ese choque de culturas sea el bélico, con militares a tutiplén. La llegada realiza una inteligente relectura que coloca a una lingüista al frente de la humanidad. ¿El resultado? Una obra maestra.

Hoy por hoy, su director Denis Villeneuve ya es uno de los grandes del cine. Tras Incendies, Enemy, Prisioneros y Sicario vuelve a superarse con un clásico instantáneo. He leído que en La llegada su cine se acerca más que nunca a Kubrick, pero en este punto he de discrepar. Los referentes de Villenueve los encontramos en cineastas más cercanos. Por un lado vemos al Christopher Nolan de Origen e Interstellar y al Robert Zemeckis de Contact. Por otro, al Terrence Malick de El árbol de la vida. El único nexo con Kubrick es el de la imperecedera 2001: Una odisea en el espacio. Pero a diferencia de aquella, La llegada descubre su enigma, mientras que en la de Kubrick seguiremos sin hacer pie por muchos años que pasen. En eso Villeneuve se parece al cine de Nolan, en el que las cuestiones básicas son resueltas al final de metraje.

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El diseño de producción es elegante, y una vez más la partitura de Jóhann Jóhannsson (habitual en las películas de Villeneuve) ayuda a crear una atmósfera única. Los actores también rinden a gran altura. Amy Adams hace aún más grande la película. La actriz interpreta a una especialista en lenguaje con un complejo mundo interior. Su formidable actuación se ve bien secundada por Jeremy Renner y la siempre imponente presencia de Forest Whitaker.

Se agradece que la película evite en todo momento cualquier tentación por tomar el camino  fácil, ese sendero que abren las majors para que todo acabe en el género de acción, y por consiguiente en la enésima saga de consumo rápido. Ya deberían saber las grandes compañías de Hollywood que el espectador no es el mismo que en los 90. Desde el Batman de Nolan no basta con entretener, para que una película perdure en taquilla debe tener calidad. Es por esta razón por la que La llegada tendrá un buen paso por los cines, y una larga vida en formato doméstico.

Su mensaje plantea además un debate filosófico importante y una gran reflexión sobre el lenguaje. ¡Ya era hora! Porque hasta ahora en el cine parece que solo los científicos tenían la última palabra. A eso hay que sumarle la lacra que persigue a las carreras de letras en general, siempre denigradas por las más prestigiosas ciencias. Como estudiante de letras puras, de bachiller humanístico y posterior licenciatura en periodismo, esta película me representa.

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Sin duda estamos ante una de las películas del año. La que va a poner a Denis Villeneuve en el lugar que merece. Ahora solo falta ver cuanta cancha le dan los Oscars. Nominaciones ‘rasca’ seguro, pero ya sabemos lo recelosos que son en la Academia con la ciencia ficción. Eso sí, el lugar en la historia del género ya lo tiene.

 

 

En spoiler (STOP si no has visto la película aún)

El ingenioso final demuestra que La llegada del título poco tiene que ver con la invasión alienígena. Villeneuve cierra el círculo con el alumbramiento de la hija de los protagonistas, la auténtica llegada. Una versión más sencilla que aquel feto que nos mostraba 2001: Una odisea en el espacio.

Tanta inversión armamentística para que salve el mundo una lingüista. El mensaje suena alto y claro: Inviertan más en educación y menos en defensa. Todos saldremos ganando.