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True Detective III: Cuando el camino es mejor que el destino

Hacia tiempo que una serie no me generaba la curiosidad suficiente como para seguirla al día, pero desde que se estrenó la tercera temporada de True detective no he fallado un lunes. Esto es ya de por si es un logro, pero tras el final de temporada estrenado el pasado domingo en Estados Unidos llega el momento de analizar la última entrega de la antología policiaca de Nick Pizzolato. 

La temporada no pudo empezar mejor. Ni el más optimista del sofá esperaba un piloto como el 3×01, estrenado bajo el título de La gran guerra y la memoria moderna. La serie volvía a casa, a sus raíces, y la comparación con la primera temporada era inevitable. True detective había regresado por la puerta grande. 

El casting, difícil de superar, Mahershala Ali y Stephen Dorff. El actor de moda en Hollywood y una eterna estrella frustrada sobre la que volvía el foco. Dos ‘True detectives’ de muchos quilates que asumían un reto mucho más exigente al que se enfrentaron McConaughey y Harrelson en su dia: Interpretar a sus personajes en tres lineas temporales diferentes (1980, 1990 y 2015). Y la verdad es que ambos actores están extraordinarios, al igual que el equipo de maquilladores. 

Con el paso de los episodios, la serie se iba desmarcando de la filosofía y oscuridad de la primera temporada para apostar por un lenguaje más prosaico y jugar progresivamente la carta del misterio. Pistas y mas pistas para implicar como nunca al espectador en la trama, dejando migas de pan en cada capítulo. La truculencia de la primera entrega daba paso a un gran enigma.

Y así avanzaban los capítulos. Sin la excelencia del piloto pero sin dejar de crear curiosidad. Los episodios 6 y 7 dejaban buenos finales al borde del desenlace. Y con el final llegó la decepción. Una resolución de Deja vu que quedaba lejos de la expectativa, y varios personajes sepultados por un guión de claroscuros. Es duro hablar de expectativas cuando el propio estreno de esta tercera temporada no fue recibido con optimismo. Las expectativas las crearon los primeros episodios por si solas. Y aquí es cuando llegamos a lo que parece ser el quid de la cuestión. El director Jeremy Saulnier (Green Room y Blue Ruin) abandonó la serie tras los dos primeros episodios por temas de agenda, según la versión oficial, pero todo parece indicar que detrás de ese retiro hubo un enfrentamiento con Pizzolato (Cada vez que escribo Pizzolato me viene la primera mascota que tuvo Telepizza) por diferencias creativas irreconciliables. Quizá en ese supuesto estuviera la razón por la que en esta ocasión no se ha alcanzado la excelencia. 

Eso sí, sería muy injusto hablar de fracaso, puesto que la serie nos ha dado una buena dosis de entretenimiento de calidad y comeduras de tarro. Pero esperábamos más de la ’Pink Room’, de Hoyt, de la periodista, y de varios personajes que desaparecen sin terminar de dejar huella. La gran clave de la temporada es que True Detective III no va de qué, sino de quiénes, pero cometimos el error de no darnos cuenta hasta el final. 

 

La isla mínima: Aves migratorias

La isla mínima no es un hype, en un peliculón. Siempre me he mostrado muy contrario a la creencia de que el cine es una ciencia exacta, pues practicamente no hay nada más subjetivo que el séptimo arte, pero la calidad de La isla mínima es, a mi juicio, algo incuestionable. No recuerdo ahora mismo una película española que supere a nivel fotografía al trabajo que realiza Alex Catalán en esta isla. La película tiene planos grandiosos que aún no han abandonado mi retina. La imagen de los patos en el interior del auto mientras aparece el primer cadaver, la acción tras el parabrisas, los impresionantes planos aéreos iniciales… Para mi, La isla mínima marca el Teide fotográfico español.

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Estamos ante una historia negra de la España postdictatorial. Alberto Rodriguez ya demostró en Grupo 7, cuya acción se desarrollaba en la Sevilla de la Expo 92′, que le gusta la historia reciente como telón de fondo. En las marismas del Guadalquivir, dos policias investigan la desaparición de dos niñas, encarnados por Raúl Arévalo y Javier Gutierrez. Cada uno representa a una España. Arévalo representa a la emergente izquierda, que se levanta con fuerza tras la dictadura. Gutierrez hace lo propio con una derecha condenada a adaptarse a la nueva situación. Con el transcurso de la acción veremos a la izquierda utilizando métodos de la derecha, una situación que a dia de hoy nos suena a todos. Inevitable no recordar la última película que entró en ese juego de espejos de los dos bandos, la enorme Balada triste de trompeta, de Álex De la Iglesia.

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El duelo interpretativo entre Arévalo y Gutierrez  alcanza el notable, si bien es este último el que destaca por encima del resto de actores. Clava a su decadente facha aficionado al alpiste, que por momentos se convierte en Tejero para decir «¡Se sienten coño!». El que sigue sin levantar cabeza es Jesús Castro, al que no le vendrían nada mal unas clases de dicción.

Las comparaciones con la serie True detective son inevitables. Todo parece indicar que la película ya estaba rodada antes de la explosión de la serie, pero sus paralelismos son numerosos, tanto a nivel realización como en el lado oscuro de los personajes. La mayor diferencia es que la película de Rodriguez nunca pretende alcanzar las cotas de existencialismo de la serie de Fukunaga. La sombra de la duda. lamentablemente, perseguirá a la película. Aunque no haya inspiración ni plagio, la mera existencia de True detective penaliza a La isla Mínima.

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En definitiva, estamos indudablemente ante una de las mejores películas españolas de los últimos años. Rodriguez sigue creciendo película a película, quitándose ese corsé que aprieta al cine made in Spain. No me queda más que recomendarla.