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El hombre de las mil caras: Luis Roldán, contigo empezó todo

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El escándalo Roldán es uno de mis primeros recuerdos informativos relacionados con la lacra de la corrupción. Su nombre se repetía en el telediario, pero mi juventud me impedía saber que había detrás de ese señor calvo. Aún así tenía claro que no era el que salía en el envase del limpiasuelos. Igualmente sabía que Vera y Barrionuevo no eran una pareja de cómicos, o que Mario Conde más bien debió apellidarse Esconde (El dinero).

La sociedad dormía plácidamente pensando que casos como éste no eran más que excepciones de un sistema en el que de vez en cuando se colaba algún personaje de la picaresca española. Pocos sabían que en silencio se construían los cimientos de una organización criminal que se hacía fuerte aprovechando los mecanismos del poder político. Solo hay que echar un vistazo a la prensa para comprobar que esa organización ha perdurado hasta nuestros días. Lo peor de todo es que España la sigue legitimándolo en las urnas, como si fuera una representación de nuestra propia naturaleza.

Como veis, no son pocas las reflexiones que dejará El hombre de las mil caras, el filme que aporta elementos de ficción a la fuga que articuló Roldán con ayuda del espía Francisco Paesa. Pero hablemos de cine, que eso va este blog (cuando no me voy por la ramas).

Una frase en mi mente al terminar el metraje: «Alberto Rodriguez ya es uno de los grandes del cine español». Y es que a pesar del gran nivel que muestran los actores, en especial Eduard Fernandez, en este filme el director es la estrella. Recuerdo leer le noticia de que Rodriguez había optado por este proyecto y pensar en su osadía y en la tremenda hostia que podía pegarse ante la dificultad del material. Hoy solo reitero lo de valiente, porque Rodriguez lo ha vuelto a hacer. Hay thriller, hay cine negro, hay cine de espías… pero sobre todo hay buen cine.

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El guión, del propio Rodriguez y Rafael Cobos, es otro de los puntos fuertes. Era demasiado fácil caer en el amarillismo o en la crítica implícita, pero la película evita pararse a juzgar o revolcarse en el lodo del escándalo. También funcionan a la perfección la (de nuevo) excelsa fotografía de Álex Catalán y la magnífica banda sonora de Julio De la Rosa. Si eres bebedor ocasional de Jaggermeister has de saber que la película incluye además la escena más lúcida sobre los efectos del licor alemán en el corto plazo.

Durante el visionado me han venido a la cabeza dos títulos cercanos a este hombre de las mil caras: La compleja El topo, de Tomas Alfredson, y Munich de Steven Spielberg, uno de los mejores títulos de su filmografía reciente.

Da gusto ver que el cine español se atreve con la historia reciente. La Gürtel, Marbella, la Operación Puerto… Hay material de sobra en este sistema putrefacto. Y Alberto Rodriguez demuestra una vez más que también hay talento. Por lo pronto, se intuyen no pocas nominaciones a los Goya.

La isla mínima: Aves migratorias

La isla mínima no es un hype, en un peliculón. Siempre me he mostrado muy contrario a la creencia de que el cine es una ciencia exacta, pues practicamente no hay nada más subjetivo que el séptimo arte, pero la calidad de La isla mínima es, a mi juicio, algo incuestionable. No recuerdo ahora mismo una película española que supere a nivel fotografía al trabajo que realiza Alex Catalán en esta isla. La película tiene planos grandiosos que aún no han abandonado mi retina. La imagen de los patos en el interior del auto mientras aparece el primer cadaver, la acción tras el parabrisas, los impresionantes planos aéreos iniciales… Para mi, La isla mínima marca el Teide fotográfico español.

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Estamos ante una historia negra de la España postdictatorial. Alberto Rodriguez ya demostró en Grupo 7, cuya acción se desarrollaba en la Sevilla de la Expo 92′, que le gusta la historia reciente como telón de fondo. En las marismas del Guadalquivir, dos policias investigan la desaparición de dos niñas, encarnados por Raúl Arévalo y Javier Gutierrez. Cada uno representa a una España. Arévalo representa a la emergente izquierda, que se levanta con fuerza tras la dictadura. Gutierrez hace lo propio con una derecha condenada a adaptarse a la nueva situación. Con el transcurso de la acción veremos a la izquierda utilizando métodos de la derecha, una situación que a dia de hoy nos suena a todos. Inevitable no recordar la última película que entró en ese juego de espejos de los dos bandos, la enorme Balada triste de trompeta, de Álex De la Iglesia.

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El duelo interpretativo entre Arévalo y Gutierrez  alcanza el notable, si bien es este último el que destaca por encima del resto de actores. Clava a su decadente facha aficionado al alpiste, que por momentos se convierte en Tejero para decir «¡Se sienten coño!». El que sigue sin levantar cabeza es Jesús Castro, al que no le vendrían nada mal unas clases de dicción.

Las comparaciones con la serie True detective son inevitables. Todo parece indicar que la película ya estaba rodada antes de la explosión de la serie, pero sus paralelismos son numerosos, tanto a nivel realización como en el lado oscuro de los personajes. La mayor diferencia es que la película de Rodriguez nunca pretende alcanzar las cotas de existencialismo de la serie de Fukunaga. La sombra de la duda. lamentablemente, perseguirá a la película. Aunque no haya inspiración ni plagio, la mera existencia de True detective penaliza a La isla Mínima.

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En definitiva, estamos indudablemente ante una de las mejores películas españolas de los últimos años. Rodriguez sigue creciendo película a película, quitándose ese corsé que aprieta al cine made in Spain. No me queda más que recomendarla.