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Perfectos desconocidos: Las Cartas boca arriba

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Diga lo que diga la crítica especializada Perfectos desconocidos es ya un éxito rotundo, y no lo digo porque haya visto los datos de taquilla, que la verdad es que no los conozco. Lo digo porque en el pase de la película al que acudí los espectadores no solo se partieron el pecho de principio a fin, también aplaudieron al final de la proyección. Y no hay mayor éxito en el cine que hacer cómplice al público.

Como ya habréis leído o escuchado por ahí, Perfectos desconocidos es un ‘remake’ de la italiana Perfecto Sconocciti, pero Álex De la Iglesia va a tener la suerte de que es una película que no he visto, por lo que puedo analizar esta obra con total virginidad. La premisa es brutal. Un grupo de amigos, parejas en su mayoría, se prepara para la típica cena de reunión. Durante el banquete, uno de los comensales planteará un juego para mutilar la rutina: Dejan los móviles en el centro de la mesa y leer en voz alta todo mensaje que llegue a partir de entonces. 

El caos no tarda en reinar, y las situaciones cómicas se suceden. Un humor que se apoya en los estereotipos sociales de sus personajes: El cuñado, la pija, el ligón… Todos tremendamente identificables. Eso no solo provoca cercanía, también que los gags resulten más efectivos. A todos nos hace más gracia una anécdota que involucra a un conocido, y es que a pesar del título los comensales nos resultan muy pero que muy conocidos.

Hay quién pensará que la película versa sobre la incidencia tecnológica, vamos, quien le echará la culpa al puto móvil. Pero Perfectos desconocidos no va de objetos, va de personas. Concretamente de lo hipócritas que podemos llegar a ser. El filme demuestra que hablamos de un mal colectivo, seguramente un mal al que hemos sentado en el trono entre todos. 

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Actrices y actores (Belen Rueda, Eduardo Noriega, Pepón Nieto, Dafne Fernández, Eduard Fernández, Ernesto Alterio, Juana Acosta y Beatríz Olivales) rinden a un nivel altísimo, ayudados por grandes personajes. Lo que es casi tan bueno como las interpretaciones es que no se coman entre ellos. Nadie brilla por encima, y ese mérito es exclusivo de Álex De la Iglesia. En el terreno de la comicidad, quizá el más destacado sea el ‘cuñado’ al que da vida Ernesto Alterio. Inexplicablemente, los Premios Goya 2018 han dejado fuera a todo el casting, algo que me cuesta entender, puesto que todos encajarían como finalistas por la estatuilla.

Esta comedia consigue al final resultados similares a los de otros títulos como la francesa ¡Dios Mio, pero que te hemos hecho! Añadiendo más debate y más inteligencia al conjunto. Vamos, que De la Iglesia consigue estar al nivel de los franceses, los grandes dominadores de la comedia comercial en los últimos años. Parece poco, pero esto es mucho decir.

Al final de la proyección una duda ¿Qué pasaría si realmente fuéramos todos de cara? Seguramente la tercera guerra mundial. En este mundo tan imperfecto quizá, desgraciadamente, el show deba continuar para que reine la paz. Un mensaje desesperanzador, pero muchas risas por el camino. Antes de navidad os recomiendo sentaros a la mesa de Perfectos desconocidos. Unas risas antes de que venga lo serio: Las cenas navideñas.

 

El hombre de las mil caras: Luis Roldán, contigo empezó todo

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El escándalo Roldán es uno de mis primeros recuerdos informativos relacionados con la lacra de la corrupción. Su nombre se repetía en el telediario, pero mi juventud me impedía saber que había detrás de ese señor calvo. Aún así tenía claro que no era el que salía en el envase del limpiasuelos. Igualmente sabía que Vera y Barrionuevo no eran una pareja de cómicos, o que Mario Conde más bien debió apellidarse Esconde (El dinero).

La sociedad dormía plácidamente pensando que casos como éste no eran más que excepciones de un sistema en el que de vez en cuando se colaba algún personaje de la picaresca española. Pocos sabían que en silencio se construían los cimientos de una organización criminal que se hacía fuerte aprovechando los mecanismos del poder político. Solo hay que echar un vistazo a la prensa para comprobar que esa organización ha perdurado hasta nuestros días. Lo peor de todo es que España la sigue legitimándolo en las urnas, como si fuera una representación de nuestra propia naturaleza.

Como veis, no son pocas las reflexiones que dejará El hombre de las mil caras, el filme que aporta elementos de ficción a la fuga que articuló Roldán con ayuda del espía Francisco Paesa. Pero hablemos de cine, que eso va este blog (cuando no me voy por la ramas).

Una frase en mi mente al terminar el metraje: «Alberto Rodriguez ya es uno de los grandes del cine español». Y es que a pesar del gran nivel que muestran los actores, en especial Eduard Fernandez, en este filme el director es la estrella. Recuerdo leer le noticia de que Rodriguez había optado por este proyecto y pensar en su osadía y en la tremenda hostia que podía pegarse ante la dificultad del material. Hoy solo reitero lo de valiente, porque Rodriguez lo ha vuelto a hacer. Hay thriller, hay cine negro, hay cine de espías… pero sobre todo hay buen cine.

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El guión, del propio Rodriguez y Rafael Cobos, es otro de los puntos fuertes. Era demasiado fácil caer en el amarillismo o en la crítica implícita, pero la película evita pararse a juzgar o revolcarse en el lodo del escándalo. También funcionan a la perfección la (de nuevo) excelsa fotografía de Álex Catalán y la magnífica banda sonora de Julio De la Rosa. Si eres bebedor ocasional de Jaggermeister has de saber que la película incluye además la escena más lúcida sobre los efectos del licor alemán en el corto plazo.

Durante el visionado me han venido a la cabeza dos títulos cercanos a este hombre de las mil caras: La compleja El topo, de Tomas Alfredson, y Munich de Steven Spielberg, uno de los mejores títulos de su filmografía reciente.

Da gusto ver que el cine español se atreve con la historia reciente. La Gürtel, Marbella, la Operación Puerto… Hay material de sobra en este sistema putrefacto. Y Alberto Rodriguez demuestra una vez más que también hay talento. Por lo pronto, se intuyen no pocas nominaciones a los Goya.