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Gorrión rojo: La insondable guerra fría

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De vez en cuando sienta bien ver una gran producción de verdad. Y eso es lo que parece Gorrión rojo. En esta película no hay decorados de cartón piedra. Estamos ante un thriller de espías serio que no pierde el tiempo en tiroteos y efectos digitales.

La película cuenta la historia de una bailarina rusa cuya vida cambiará radicalmente tras una lesión. Su tío, con alto rango en el servicio secreto ruso, la llevará a las cloacas de la interminable guerra fría.

He de reconocer que no tenía demasiada fe en Francis Lawrence, mucho menos después del doble capítulo final de Los juegos del hambre, que echó por tierra el trabajo de Gary Ross en la primera entrega y su propia labor en En llamas. Gorrión rojo es la película más limpia y elegante del director.

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Pero todo es más fácil cuando Jennifer Lawrence está en tu equipo. No solo estamos ante una de las mejores actrices de su generación. JLaw es una líder, una estrella que justifica su protagonismo en cada toma. Ella y Jessica Chastain llevan el magnetismo a otro nivel. En esta ocasión su trabajo combina a la perfección fragilidad y falta de escrúpulos.

Quizá la gran virtud de Gorrión rojo es su decidida apuesta por el ritmo pausado, en detrimento de la acción habitual. Esto en los peores casos suele traducirse en un soberano aburrimiento, pero a la película no le pesan sus 140 minutos. También se agradece que sea bruta y explícita cuando tiene que serlo. Si hay que enseñar una polla se enseña. Si hay que poner en primer plano la violencia física y verbal se pone. Todo un acierto desmarcarse del thriller blando de estudio al que la industria de Hollywood nos tiene acostumbrados.

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El mayor pero de la película es su guión, que aunque cuenta con más de un buen pasaje,  no está a la altura de la impecable realización. Se echa en falta algo más de riesgo en el libreto, porque en realidad no se han tomado senderos alejados de las pautas habituales del cine de espías. A pesar de esto, Gorrión rojo funciona en casi todos los aspectos. Una película de obligado visionado para los buscadores de topos.

Incidencias: Sala llena. A destacar la variedad de público al que es tratar de engatusar JLaw. Del veterano público de espías a los jóvenes fans de una de las estrellas más brillantes del panorama cinematográfico actual.

 

El hombre de las mil caras: Luis Roldán, contigo empezó todo

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El escándalo Roldán es uno de mis primeros recuerdos informativos relacionados con la lacra de la corrupción. Su nombre se repetía en el telediario, pero mi juventud me impedía saber que había detrás de ese señor calvo. Aún así tenía claro que no era el que salía en el envase del limpiasuelos. Igualmente sabía que Vera y Barrionuevo no eran una pareja de cómicos, o que Mario Conde más bien debió apellidarse Esconde (El dinero).

La sociedad dormía plácidamente pensando que casos como éste no eran más que excepciones de un sistema en el que de vez en cuando se colaba algún personaje de la picaresca española. Pocos sabían que en silencio se construían los cimientos de una organización criminal que se hacía fuerte aprovechando los mecanismos del poder político. Solo hay que echar un vistazo a la prensa para comprobar que esa organización ha perdurado hasta nuestros días. Lo peor de todo es que España la sigue legitimándolo en las urnas, como si fuera una representación de nuestra propia naturaleza.

Como veis, no son pocas las reflexiones que dejará El hombre de las mil caras, el filme que aporta elementos de ficción a la fuga que articuló Roldán con ayuda del espía Francisco Paesa. Pero hablemos de cine, que eso va este blog (cuando no me voy por la ramas).

Una frase en mi mente al terminar el metraje: «Alberto Rodriguez ya es uno de los grandes del cine español». Y es que a pesar del gran nivel que muestran los actores, en especial Eduard Fernandez, en este filme el director es la estrella. Recuerdo leer le noticia de que Rodriguez había optado por este proyecto y pensar en su osadía y en la tremenda hostia que podía pegarse ante la dificultad del material. Hoy solo reitero lo de valiente, porque Rodriguez lo ha vuelto a hacer. Hay thriller, hay cine negro, hay cine de espías… pero sobre todo hay buen cine.

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El guión, del propio Rodriguez y Rafael Cobos, es otro de los puntos fuertes. Era demasiado fácil caer en el amarillismo o en la crítica implícita, pero la película evita pararse a juzgar o revolcarse en el lodo del escándalo. También funcionan a la perfección la (de nuevo) excelsa fotografía de Álex Catalán y la magnífica banda sonora de Julio De la Rosa. Si eres bebedor ocasional de Jaggermeister has de saber que la película incluye además la escena más lúcida sobre los efectos del licor alemán en el corto plazo.

Durante el visionado me han venido a la cabeza dos títulos cercanos a este hombre de las mil caras: La compleja El topo, de Tomas Alfredson, y Munich de Steven Spielberg, uno de los mejores títulos de su filmografía reciente.

Da gusto ver que el cine español se atreve con la historia reciente. La Gürtel, Marbella, la Operación Puerto… Hay material de sobra en este sistema putrefacto. Y Alberto Rodriguez demuestra una vez más que también hay talento. Por lo pronto, se intuyen no pocas nominaciones a los Goya.

El puente de los espías: La pesca del salmón en Berlín

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Hablar de El puente de los espías es hablar de dos gigantescas figuras del cine: Steven Spielberg y Tom Hanks, historia viva de Hollywood. El director, otrora conocido como El rey Midas de la industria, nos ofrece una auténtica lección magistral de cine. Siempre subrayo que Clint Eastwood es el último gran director de cine americano como tal, pero tras este filme me veo en la obligación de confirmar que hay dos grandes autores de cine americano vivos. Spielberg ha sabido añadir la esencia del cine clásico a la que ya de por si es una gran historia.

El otro nombre propio es Tom Hanks, del que siempre destaco algo que me parece de un mérito impresionante: El hecho de que a pesar de ser Tom Hanks, el intérprete consiga que en cuestión de segundos dejemos de ver a la estrella para ver a su personaje. Así logra que disfrutemos de Forrest Gump, del Capitán Phillips o de este gran James Donovan.

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Además el cineasta se ha convertido con el paso del tiempo en un gran adaptador de la historia al cine. Tras La Lista de Schindler, MunichSalvar al Soldado Ryan y este puente de los espías ya podemos decir que Spielberg es el gran retratista de La II Guerra Mundial y sus consecuencias.

Otro de los grandes méritos de la película es su capacidad para emocionar sin hacer uso de los abusivos recursos habituales. Basta con un detalle de complicidad entre los protagonistas para tocar de manera sutil la fibra del espectador.

Ya hemos hablado del trabajo de Hanks, pero sería injusto no mencionar a Mark Rylance, el actor encargado de darle la réplica en el bando soviético, que lejos de quedar eclipsado luce en los duelos con Hanks, sus escenas compartidas son de lo mejor del filme.

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En resumen, estamos ante una película de las que yo no quedan. Quizá Spielberg no tenga hoy la capacidad de innovar que tenía en tiempos de E.T, Encuentros en la tercera fase o Parque Jurásico, pero mantiene intacta la capacidad de narrar. Bendita madurez.

Lo mejor: Es cine en peligro de extinción, con una dirección de Spielberg de las que ya no quedan. 

Lo peor: Su excesiva solemnidad.