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Manhunt: Unabomber. La aguja en el pajar

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Tras la exitosa Mindhunter, Netflix vuelve a tirar de psicología del crimen en Manhunt: Unabomber, serie sobre la caza de uno de los asesinos más esquivos de la historia negra americana. Unabomber utilizaba un método que puso muy difíciles las cosas al FBI: El paquete bomba. De ahí que causara una extraña sensación de terror en la sociedad americana entre los años 1978 y 1995. Una amenaza fantasma. Su búsqueda fue una de las más complicadas de la historia de la investigación policial estadounidense.

La serie baja al detalle del caso acercándonos una la realidad de una investigación invisible. Como sucedió con Mindhunter, no estamos ante una ficción que recurra a los fuegos artificiales. La pistola queda en el cinturón, porque el mejor arma contra esta clase de delincuentes viene de serie, y está en la cabeza. El ritmo es pausado, pero lleno de contenido.

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Manhunt: Unabomber no pretende apuntar a los buenos y a los malos de la ficción. Tan solo expone el hecho, y deja al espectador final posicionarse. El trabajo de la ficción americana suele ser admirable admirable en este sentido. Es algo que en la ficción española parece estar aún muy lejano. Por ejemplo, estrenar una serie sobre ETA en España sin demonizar a los terroristas hoy en día, sería ser troceada por la alargada hoja del cuchillo censor.

Estamos ante una temporada de siete episodios en la que destacan los episodios centrales (1×04 y 1×05), si bien el 1×06, el más singular, es el que redondea la serie aportando una mirada de 180º al caso. Pero por suerte el interés es creciente y apenas hay bajones.

La serie ha sacado del ostracismo a Sam Worthington. un actor al que nos intentaron vender como una estrella desde Avatar, como un héroe de acción, y que nunca ha llegado a serlo. Su carrera. De hecho, exceptuando la obra de Cameron, sus películas como protagonista han sido un auténtico fracaso. En Unabomber vemos al Worthington más competente hasta la fecha. Aunque la gloria interpretativa de esta serie recae en Paul Bettany, que hace maravillas con un personaje extremadamente complejo.

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Quizá no sea el producto más popular del catálogo de Netflix, pero Manhunt: Unabomber es sin duda uno de sus productos imprescindibles.

 

Ícaro: La gran mentira colectiva

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El documental La mentira de Lance Armstrong (2013), sobre la vida y milagros del ciclista tejano, era hasta ahora el gran documental sobre las trampas en el deporte, más conocidas como dopaje. En 2017 llegó su secuela involuntaria, en la que la trama de dopaje sobrepasa un individuo y un deporte para involucrar a toda una nación. Ícaro, de Brian Fogel, se hizo en la 90ª edición de los premios de la Academia con el Oscar al mejor documental.

Lo que empezó para el cineasta Brian Fogel como un Super Size Me cambiando McDonalds por sustancias dopantes, se acabó convirtiendo en todo un ‘puente de los espías’ con el deporte ruso como actor principal. Fogel contactó con el ruso Grigory Rodchenkov en su intento de probar en primera persona el efecto de los anabolizantes en el ciclismo amateur, un auténtico Maestro Miyagi en esto de las drogas deportivas. Pero cuando la sombra de la sospecha se instaló sobre Grigory, el doctor ruso decidió tirar de la manta, destapando una profunda trama criminal con implicación del Kremlin y el KGB. Algo parecido a lo que sucedió con el ya mencionado La mentira de Lance Armstrong, que comenzó como un documental sobre el retorno del ciclista y acabó convirtiéndose en un análisis detallado de su historial tramposo.

Brian Fogel ha hecho un trabajo audaz, que a pesar de sus ecos de gran thriller in the real life, le debe todo a su personaje principal. El señor Rodchenkov se nos presenta como un auténtico trilero, y su carisma es tal que nos hace obviar su gran culpa en el proceso. Estamos ante un personaje que conquista, un ser sin escrúpulos pero completamente entrañable.

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Y es que a pesar de la mentira, Ícaro es ante todo un documental sobre la verdad, concretamente sobre la importancia de contarla. Fogel concluyó con esta reflexión al recoger el Oscar, además de dedicar el premio a Grigory Rodchenkov, que tras la emisión de este trabajo se encuentra en serio peligro.

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Podríamos decir que Ícaro es la cara B de Red Army, el documental sobre el equipo soviético de hockey que nos encandiló hace dos temporadas. El largo de Brian Fogel es desde ya una de las obras imprescindibles del catálogo de Netflix. Un título complejo, pero apasionante.

Molly’s game: El gran telar de Circe

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Entraba a ver Molly’s game con expectativas medias. Si una película de casi dos horas y media de duración lograba entretener ya iba a ser un triunfo. Salgo del cine con los niveles de entusiasmo muy arriba. Estamos ante la primera gran película de 2018. Un filme fascinante. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto en una sala.

Molly’s game adapta la vida de Molly Bloom, la ‘autoproclamada’ princesa del Poker. Una ex esquiadora que pasará a la historia por ser la anfitriona en las partidas de Poker entre algunas de las personas más poderosas del planeta.

La clave del éxito de la película es bien sencilla. Cuenta con dos de las grandes personalidades de lo que hoy conocemos como cine. Por un lado encontramos a Aaron Sorkin, guionista de Moneyball, La red social o las televisivas El ala oeste de la casa blanca y The Newsroom. En esta ocasión, también se encarga de la dirección. Por el otro Jessica Chastain, una intérprete en permanente estado de gracia, que, una vez más, devora la pantalla con una actuación hipnótica. Y si a un texto de primer nivel, le sumas el talento inagotable de una actriz y un montaje afortunado, las cosas solo pueden salir bien.

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En el cine de Sorkin los personajes hablan y hablan, y Molly’s game no es una excepción. No dista demasiado de una de una de Jackie Chan, hostias verbales en cada escena, un interminable combate dialéctico. Mi enemistad con el silencio injustificado en el cine hace que no me haya costado demasiado adherirme a su causa. Más si cabe cuando cada línea tiene interés. Y eso que por momentos la película se mete hasta el cuello en el complejo mundo de los términos de Poker, pero el mérito de Sorkin en ese pantano de cartas es ser capaz de que nos creamos especialistas en el tema. El guionista podría adaptar a todos los públicos hasta el listín telefónico.

Y no digo que la película sea perfecta, porque no lo es, ni el Sorkin director está al nivel del escritor, pero a veces el cine consigue traspasar el criterio. Cuando una película consigue conectar como lo ha conseguido Molly’s game, poco importa algún desliz artificioso. Joder, si hasta me ha emocionado. O igual tengo uno de esos días, yo que se.

También os digo que 141 minutos viendo a la Chastain nunca serán demasiados. Es algo que parece repetirse película a película. Hace unos meses ya lo comprobamos con El caso Sloane. Chastain tiene un don para hacernos fans de sus personajes a los diez minutos. Hoy por hoy, pocos intérpretes, masculinos o femeninos, poseen ese carisma. Quizá Cate Blanchett de vez en cuando. Y que en un Hollywood tan masculinizado nos encanta ver a una mujer dando un golpe en la mesa, y que cada vez más historias en femenino den el salto a la gran pantalla. La industria necesita un centenar de Chastains.

No quiero olvidarme de Kevin Costner, que interpreta a un personaje que me ha recordado al de Robin Williams en El indomable Will Hunting. El veterano actor exprime sus reducidos minutos en pantalla con dos apariciones antológicas.

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Además de la historia de Molly Bloom, Sorkin también tira de mitología, recurriendo en este caso a La odisea, en concreto al episodio de Circe y la llegada de los marinos a la isla de Eea, donde posteriormente serán convertidos en cerdos por la hechicera. El paralelismo de la historia de Bloom y este pasaje es evidente, y se menciona con fortuna en la película. Una mirada desacomplejada al clásico relato de Homero.

En definitiva, Molly’s game es una película que está teniendo un injusto discreto paso por salas. Por favor, aprovechad estos últimos días, porque la vida de Molly Bloom merece ser disfrutada en pantalla grande.

 

La historia real de Molly Bloom

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La realidad supera a la ficción, capítulo 10.564. Explorando la historia real de Molly Bloom encontramos algunos de los nombres que la película ha decidido omitir. Entre los asiduos a sus partidas aparecen los nombres de Tobey Maguire y Leonardo DiCaprio. Este último era utilizado de señuelo para que el ex spiderman atrayese a más jugadores. Quizá esto signifique Maguire sea ese señor X que interpreta con acierto Michael Cera. Según afirma Bloom,  el actor la obligó a que “gruñera como una foca ansiosa de recibir un pescado” durante una partida. Se ve que llevaba mal eso de sentarse en una mesa controlada por una mujer con los galones de Bloom.

The disaster artist: Ahora sí, comedia voluntaria

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Puede que no la hayas visto, pero si eres medianamente cinéfilo seguramente hayas tenido algún contacto con The Room (2003), la gran comedia involuntaria de lo que llevamos de siglo. La película escrita, dirigida y protagonizada por el excéntrico Tom Wiseau se ha convertido, con la ayuda de la era digital, en la denominada peor película de todos los tiempos. Un filón para memes y parodias de toda clase. Pero si de algo iba sobrado aquel acto de osadía cinematográfica era de carisma. James Franco ha sabido explotar esa vertiente en The disaster artist, la comedia, esta vez voluntaria, sobre el rodaje de The room.

Franco, en otro acto de osadía, dirige y protagoniza la cinta. No es la primera vez que el actor se marca un Juan Palomo, pero nunca lo hizo con tanto acierto. El reciente globo de oro al actor de comedia respalda su gran trabajo como alter ego de Wiseau. Una meritoria actuación por imitación de un freak único en su especie. Si bien tengo dudas sobre que The room sea lo peor que he visto (Reconozco que entretiene, que no es poco), me encuentro menos dubitativo al afirmar que la actuación de Wiseau sea de largo la peor que ha visto el séptimo arte. O si no la peor, de largo la más marciana. Franco ha sabido atrapar la esencia de un ser de otro planeta.

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Además, The disaster artist es una obra de profundo amor al cine. No son pocos lo que intentaron sacar una película adelante para darse cuenta después de que nunca debieron dejar la comodidad de la butaca. Pero todo proceso creativo es un reto, una experiencia, y hasta en un fiasco de la talla de The room hay algo encantador. Estamos ante una gran comedia. No coincido con los que han visto en la película de Franco una obra maestra, porque sencillamente no lo es, pero está muy por encima de lo que se hace en el género actualmente.

Recomiendo acercarse a The disaster artist en versión original, para disfrutar de James Franco en toda su esencia. También recomiendo repescar en Youtube The room antes de acercarse al cine. Si algo tiene esta película, es una historia digna de conocerse.

 

 

Handia: El gigante que no fue molino

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Casi todo lo que se pueda decir de Handia (grande en Euskara) lo confirma su título. La nueva película de Jon Garaño y Aitor Arregi (Loreak) confirma el buen momento que vive el cine vasco. Ya no es solo que cumpla, a nivel formal está película impresiona. Que nadie piense que el Premio del Jurado que recibió en el Zinemaldia es un localismo. Handia es cine con mayúsculas.

Garaño y Arregi mezclan realidad y ficción para contarnos la historia de Miguel Joaquín Eleicegui Arteaga, más conocido como el gigante de Altzo (Gipuzkoa). Un joven que empezó a crecer desmesuradamente al superar la veintena, llegando a alcanzar los 2,42 metros. El célebre gigante vivió en la época de las guerras carlistas, antes de ser ‘exhibido’ por medio mundo.

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El mayor logro de Handia es estético. Pocas veces hemos visto rentabilizar con tanto acierto un presupuesto (3,5 millones de euros). A veces no es cuestión de tener más dinero, si no de saber seleccionar el material para que no se note el déficit. Alatriste, que costó 24 millones, se convirtió en un “quiero y uno puedo”. No ocurre lo mismo con esta película, menos ambiciosa, pero con un extraordinario acabado. Su dirección artística debería estar muy bien posicionada de cara a los próximos Goya. El trabajo de FX es soberbio, un truco de Meliès que se alarga durante dos horas y al que no se le encuentra la trampa. No era nada fácil hacer un gigante creíble, pero el equipo de la película lo consigue.

Más allá de la mera técnica, Handia tiene esa magia del cine. Un toque fantástico sobre una sorprendente base real. Se podría decir que la película es un punto de encuentro entre Vacas y El hombre elefante. Una historia universal que no pierde la identidad en ningún momento. Se podría decir que estamos ante un Forrest Gump vasco de autor.

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En el casting destacan los dos hermanos protagonistas: Eneko Sagardoy, que interpreta al gigante Joaquín, y su hermano Martín, al que da vida Joseba Usabiaga. Su selección para los personajes es un acierto total. El único problema de la película es su propio planteamiento, que recrea la vida de Joaquín pero no nos da un foco claro de tensión. Hay relato, y las situaciones se suceden, pero en su parte final se echa de menos un climax. A pesar de esto, y sin ser cine de entretenimiento al uso, Handia está lejos de ser una película aburrida. Merece la pena disfrutarla en una sala de cine (Siempre que sea en su versión original en euskera).

La historia real del Gigante de Altzo

Al ver la película uno se pregunta si el gigante de Altzo está más cerca de la mitología que de la realidad, pero Handia tiene más elementos auténticos de lo que puede parecer. El robo de su esqueleto parece un truco de guión, pero realmente sucedió, y aunque se rumorea que puede estar en algún museo inglés, no se tiene constancia de su paradero. También me ha llamado la atención otro dato que en la sala no me parecía creíble. Miguel Joaquín pegó el estirón a los 20 años debido a la acromegalia. A diferencia del gigantismo, esta enfermedad se desarrolla en la edad adulta. Se estima que su altura alcanzó los 2,27 metros y su envergadura 2,42.

Hasta el último hombre: A la mierda la segunda enmienda

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«Bajo esta máscara hay algo más que carne y hueso, bajo esta máscara hay unos ideales, señor Creedy, y los ideales son a prueba de balas». Reconoceréis esta cita. Es de la versión cinematográfica de V de Vendetta. Y es perfectamente aplicable a Desmond Doss, protagonista de Hasta el último hombre, un soldado que se agarró a sus principios para salvar la vida de sus compañeros.

Se ha prodigado poco Mel Gibson en esto de la dirección, pero cuando lo ha hecho ha sido para trascender. Braveheart marcó un antes y después en las escenas de batalla. Apocalypto mostró la naturaleza salvaje de los mayas. La pasión de Cristo se convirtió en un fenómeno que llevó a las salas a millones de espectadores no habituales. Es normal que ante una película de su sello las expectativas estén altas.

Es importante matizar que no estamos ante una cinta bélica al uso. Hasta el último hombre más que el episodio del acantilado de Hacksaw cuenta la historia de Desmond Doss, el primer objetor de conciencia condecorado por el ejército de Estados Unidos. Un tipo que sin tocar un arma se plantó en la puerta terrestre del infierno. Si habláramos de ‘jugar a los médicos’ Desmond Doss estaría en nivel Dios.

Se podría dividir la historia en tres partes: Romance, campo de entrenamiento y guerra. Las dos primeras se podrían enmarcar en el terreno del cine clásico americano. Ahí es donde Gibson se pone el disfraz de Clint Eastwood para narrar con mano firme y a la vieja usanza. Un tipo de cine casi extinto.

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Es en la guerra donde vemos la cara más reconocible del director, haciendo de la violencia una de las bellas artes. La coreografía bélica del australiano es digna de mención. A esto hay que añadirle que se ha prescindido de los efectos especiales apostando por la acción real. Como cuenta el propio director en el Making Off «Todo lo que se ve en pantalla está rodado de verdad». Así que cuando vemos a una persona en llamas en la película hubo fuego real, no el ya habitual fuego por ordenador.

El problema de Hasta el último hombre es el mismo que padecieron Braveheart o Apocalypto. A Gibson le cuesta atravesar la capa de superficialidad que hay en sus películas. Hay amor, hay sufrimiento, hay guerra… Pero todo parece orquestado. Hay violencia, hay dolor, pero falta esa capa de realismo que nos acerque aún más a sus protagonistas. Falta crudeza.

Tampoco me ha convencido Andrew Garfield. He visto más a un ‘actor haciendo de’ que al verdadero Desmond Doss. He visto ‘al que hizo de Spiderman’, lo cual no dice mucho a su favor. Por suerte los secundarios, fantásticos Vince Vaughn, Sam Worthington y Hugo Weaving, consiguen lo que no logra el protagonista. También brilla con luz propio Teresa Palmer. Vale, su interpretación no es nada del otro mundo, pero como le dicen a Doss en un momento de la película… «¿Sabes qué juega en otra liga, verdad?». Vamos, que la chica no está mal.

Tras esta valoración gratuita y superficial volvamos a la película. Aún con sus fallos, el material con el que cuenta Gibson es de primer nivel. Hay una historia que merecía ser contada, y que por si solo hace que la película funcione. Además aparecen temas como el bullying, porque Hasta el último hombre no es solo una película antibelicista, también es una gran cinta contra los prejuicios.

La historia real de Desmond Doss (Leer solo si ya has visto la película)

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Aunque parezca la última gran americanada la historia de Desmond Doss es completamente verídica. Sus compañeros de misión contabilizaron más de 100 salvamentos por parte del objetor de conciencia, pero Doss, del que todos los que le conocieron destacan su humildad, dijo que ‘solo’ habían sido unas 50, por lo que el ejercito americano dejó la cifra en 75.

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En el momento de su rescate tras la explosión de una granada, la película omite una de sus mayores heroicidades. (Quizá Gibson pensó que era demasiado ya). A pesar de la gravedad se tiró de la camilla y cedió su lugar a otro herido. Se mantuvo esperando cinco horas en el campo de batalla  a la siguiente camilla.

La guerra pasó factura a Doss, que sufrió tuberculosis, perdió un pulmón y se quedó sordo.

American Crime Story: The people v. O.J. Simpson. La cuestión racial

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Curioso que en 2016, 21 años después del juicio contra el célebre jugador de fútbol americano y actor  O.J. Simpson, se hayan emitido los dos mejores trabajos audiovisuales al respecto: La serie documental OJ: Made in America y la serie de ficción American Crime Story: The people v. O.J. Simpson. Nos centraremos en el producto de ficción del canal estadounidense FX, que ha sido estrenado en España por Netflix, una vez más sacando a flote lo mejor de la programación televisiva americana.

Al frente de la serie encontramos a Ryan Murphy, uno de los grandes nombres del sector gracias a Nip/Tuck, Glee, American Horror Story y Scream Queens. En esta ocasión se aleja del terror y la comedia para dramatizar el juicio más mediático de la historia de los Estados Unidos.

Si no sabes nada de los que sucedió en ese 1994 estas en la posición óptima para ver la serie. No era mi caso exactamente. Recuerdo ver en el telediario las imágenes de O.J. huyendo en una furgoneta blanca, imágenes que por alguna extraña razón tengo grabadas en la memoria. Pero hasta ahí. Mi temprana edad me impedía entender la complejidad de un juicio. Supongo que por eso mi cerebro decidió que era más sencillo quedarse con la imagen de un coche escapando a toda velocidad.

O.J fue acusado de doble asesinato por la muerte de su mujer, Nicole Brown, y Ronald Goldman. A pesar de que estaba muy lejos de ser portavoz de la comunidad negra, la estrategia de la defensa convirtió el juicio en una cuestión racial. La televisión le dio al proceso una cobertura inaudita, y todos los implicados en el juicio se convirtieron de la noche a la mañana en protagonistas de la programación televisiva.

Murphy ha sabido dramatizar esos meses convulsos desde la misma noche del suceso con un guión inteligente que nunca se estanca en las arenas movedizas del lenguaje judicial. Prima el entretenimiento, un entretenimiento nunca exento de calidad. El guión consigue que siempre queramos más, haciendo que los diez episodios pasen un suspiro. Todo funciona como un reloj, desde la elegante dirección a la acertada puesta en escena.

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Y a pesar del buen material de partida, son las interpretaciones son la gran baza de esta serie. El nombre de Simpson resuena en el título, pero no es el acusado el personaje principal. La fiscal Marcia Clark, brillantemente interpretada por Sarah Paulson, es la auténtica protagonista. Sin duda es la de Paulson la mejor interpretación femenina de 2016 en el terreno series. El resto del reparto también rinde a gran nivel. La tarea de reciclaje de Murphy con John Travolta, David Schwimmer y Cuba Wooding Jr, intérpretes en clara decadencia, es digna de mención. Travolta también figura como productor ejecutivo de la serie.

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La segunda temporada de la franquicia American Crime Story, ya en producción, se centrará en el desastre del huracán Katrina, a priori un tema con menos pegada que el caso Simpson. Mientras que la tercera, recién confirmada, se centrará en el asesinato de Gianni Versacce. Un gran reto después de esta gran primera temporada.

 

Making a murderer (T1): La oveja negra de Wisconsin

Qué el éxito de Netflix no es casual lo demuestran productos como Making a murderer, serie documental que recrea el caso del pueblo de Manitowoc (Wisconsin) contra Stephen Avery, un vecino poco integrado en la comunidad. Diez episodios que nos harán replantearnos el funcionamiento de la justicia gracias a una minuciosa recopilación de información montada con tintes de thriller. En ausencia de adaptaciones de John Grisham lo mejor que podemos hacer es recurrir a la cruda realidad.

A partir de aquí va la primera recomendación. ¡No busques información sobre el caso real! No necesitas saber nada. De este modo obtendrás los asientos de primera fila de esta montaña rusa de acontecimientos. Tras el interesante piloto llegué a pensar que el caso ya estaba contado, y resulta que solo acababa de empezar. Con el paso de los capítulos lo interesante se torna en apasionante. Hacía tiempo que no me enganchaba tanto a una serie.

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Quizá no estemos ante un producto para todos los públicos. Aquí no hay gente guapa ni personajes carismáticos. Tampoco encontramos bellos paisajes. Estamos en la América profunda y la protagonista es la investigación. Desconocemos como se ha llevado a cabo la labor de recopilación de información, pero el trabajo de las realizadoras Laura Ricciardi y Moira Demos es sencillamente deslumbrante. No falta un audio, una declaración, un testimonio, una llamada clave. Da la impresión de que todo está ahí.

Además la serie ha conseguido traspasar las barreras del consumidor de documentales hasta el gran público. El éxito de sus diez episodios ha dejado una fuerte resaca en la sociedad americana. El caso de Making a murderer deja en ropa interior a un sistema judicial que presume de no tener parangón en el planeta. Una vez más, la (supuesta) primera potencia mundial queda muy tocada.

Solo me queda recomendaros la que ya es una de las mejores series de los últimos años. Que no os eche para atrás la etiqueta de documental, Making a murderer es una serie de primera división. Y adictiva como pocas. Una de juicios, a mi juicio, imprescindible. Para muestra su intro: