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Manhunt: Unabomber. La aguja en el pajar

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Tras la exitosa Mindhunter, Netflix vuelve a tirar de psicología del crimen en Manhunt: Unabomber, serie sobre la caza de uno de los asesinos más esquivos de la historia negra americana. Unabomber utilizaba un método que puso muy difíciles las cosas al FBI: El paquete bomba. De ahí que causara una extraña sensación de terror en la sociedad americana entre los años 1978 y 1995. Una amenaza fantasma. Su búsqueda fue una de las más complicadas de la historia de la investigación policial estadounidense.

La serie baja al detalle del caso acercándonos una la realidad de una investigación invisible. Como sucedió con Mindhunter, no estamos ante una ficción que recurra a los fuegos artificiales. La pistola queda en el cinturón, porque el mejor arma contra esta clase de delincuentes viene de serie, y está en la cabeza. El ritmo es pausado, pero lleno de contenido.

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Manhunt: Unabomber no pretende apuntar a los buenos y a los malos de la ficción. Tan solo expone el hecho, y deja al espectador final posicionarse. El trabajo de la ficción americana suele ser admirable admirable en este sentido. Es algo que en la ficción española parece estar aún muy lejano. Por ejemplo, estrenar una serie sobre ETA en España sin demonizar a los terroristas hoy en día, sería ser troceada por la alargada hoja del cuchillo censor.

Estamos ante una temporada de siete episodios en la que destacan los episodios centrales (1×04 y 1×05), si bien el 1×06, el más singular, es el que redondea la serie aportando una mirada de 180º al caso. Pero por suerte el interés es creciente y apenas hay bajones.

La serie ha sacado del ostracismo a Sam Worthington. un actor al que nos intentaron vender como una estrella desde Avatar, como un héroe de acción, y que nunca ha llegado a serlo. Su carrera. De hecho, exceptuando la obra de Cameron, sus películas como protagonista han sido un auténtico fracaso. En Unabomber vemos al Worthington más competente hasta la fecha. Aunque la gloria interpretativa de esta serie recae en Paul Bettany, que hace maravillas con un personaje extremadamente complejo.

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Quizá no sea el producto más popular del catálogo de Netflix, pero Manhunt: Unabomber es sin duda uno de sus productos imprescindibles.

 

Molly’s game: El gran telar de Circe

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Entraba a ver Molly’s game con expectativas medias. Si una película de casi dos horas y media de duración lograba entretener ya iba a ser un triunfo. Salgo del cine con los niveles de entusiasmo muy arriba. Estamos ante la primera gran película de 2018. Un filme fascinante. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto en una sala.

Molly’s game adapta la vida de Molly Bloom, la ‘autoproclamada’ princesa del Poker. Una ex esquiadora que pasará a la historia por ser la anfitriona en las partidas de Poker entre algunas de las personas más poderosas del planeta.

La clave del éxito de la película es bien sencilla. Cuenta con dos de las grandes personalidades de lo que hoy conocemos como cine. Por un lado encontramos a Aaron Sorkin, guionista de Moneyball, La red social o las televisivas El ala oeste de la casa blanca y The Newsroom. En esta ocasión, también se encarga de la dirección. Por el otro Jessica Chastain, una intérprete en permanente estado de gracia, que, una vez más, devora la pantalla con una actuación hipnótica. Y si a un texto de primer nivel, le sumas el talento inagotable de una actriz y un montaje afortunado, las cosas solo pueden salir bien.

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En el cine de Sorkin los personajes hablan y hablan, y Molly’s game no es una excepción. No dista demasiado de una de una de Jackie Chan, hostias verbales en cada escena, un interminable combate dialéctico. Mi enemistad con el silencio injustificado en el cine hace que no me haya costado demasiado adherirme a su causa. Más si cabe cuando cada línea tiene interés. Y eso que por momentos la película se mete hasta el cuello en el complejo mundo de los términos de Poker, pero el mérito de Sorkin en ese pantano de cartas es ser capaz de que nos creamos especialistas en el tema. El guionista podría adaptar a todos los públicos hasta el listín telefónico.

Y no digo que la película sea perfecta, porque no lo es, ni el Sorkin director está al nivel del escritor, pero a veces el cine consigue traspasar el criterio. Cuando una película consigue conectar como lo ha conseguido Molly’s game, poco importa algún desliz artificioso. Joder, si hasta me ha emocionado. O igual tengo uno de esos días, yo que se.

También os digo que 141 minutos viendo a la Chastain nunca serán demasiados. Es algo que parece repetirse película a película. Hace unos meses ya lo comprobamos con El caso Sloane. Chastain tiene un don para hacernos fans de sus personajes a los diez minutos. Hoy por hoy, pocos intérpretes, masculinos o femeninos, poseen ese carisma. Quizá Cate Blanchett de vez en cuando. Y que en un Hollywood tan masculinizado nos encanta ver a una mujer dando un golpe en la mesa, y que cada vez más historias en femenino den el salto a la gran pantalla. La industria necesita un centenar de Chastains.

No quiero olvidarme de Kevin Costner, que interpreta a un personaje que me ha recordado al de Robin Williams en El indomable Will Hunting. El veterano actor exprime sus reducidos minutos en pantalla con dos apariciones antológicas.

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Además de la historia de Molly Bloom, Sorkin también tira de mitología, recurriendo en este caso a La odisea, en concreto al episodio de Circe y la llegada de los marinos a la isla de Eea, donde posteriormente serán convertidos en cerdos por la hechicera. El paralelismo de la historia de Bloom y este pasaje es evidente, y se menciona con fortuna en la película. Una mirada desacomplejada al clásico relato de Homero.

En definitiva, Molly’s game es una película que está teniendo un injusto discreto paso por salas. Por favor, aprovechad estos últimos días, porque la vida de Molly Bloom merece ser disfrutada en pantalla grande.

 

La historia real de Molly Bloom

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La realidad supera a la ficción, capítulo 10.564. Explorando la historia real de Molly Bloom encontramos algunos de los nombres que la película ha decidido omitir. Entre los asiduos a sus partidas aparecen los nombres de Tobey Maguire y Leonardo DiCaprio. Este último era utilizado de señuelo para que el ex spiderman atrayese a más jugadores. Quizá esto signifique Maguire sea ese señor X que interpreta con acierto Michael Cera. Según afirma Bloom,  el actor la obligó a que “gruñera como una foca ansiosa de recibir un pescado” durante una partida. Se ve que llevaba mal eso de sentarse en una mesa controlada por una mujer con los galones de Bloom.

Hasta el último hombre: A la mierda la segunda enmienda

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«Bajo esta máscara hay algo más que carne y hueso, bajo esta máscara hay unos ideales, señor Creedy, y los ideales son a prueba de balas». Reconoceréis esta cita. Es de la versión cinematográfica de V de Vendetta. Y es perfectamente aplicable a Desmond Doss, protagonista de Hasta el último hombre, un soldado que se agarró a sus principios para salvar la vida de sus compañeros.

Se ha prodigado poco Mel Gibson en esto de la dirección, pero cuando lo ha hecho ha sido para trascender. Braveheart marcó un antes y después en las escenas de batalla. Apocalypto mostró la naturaleza salvaje de los mayas. La pasión de Cristo se convirtió en un fenómeno que llevó a las salas a millones de espectadores no habituales. Es normal que ante una película de su sello las expectativas estén altas.

Es importante matizar que no estamos ante una cinta bélica al uso. Hasta el último hombre más que el episodio del acantilado de Hacksaw cuenta la historia de Desmond Doss, el primer objetor de conciencia condecorado por el ejército de Estados Unidos. Un tipo que sin tocar un arma se plantó en la puerta terrestre del infierno. Si habláramos de ‘jugar a los médicos’ Desmond Doss estaría en nivel Dios.

Se podría dividir la historia en tres partes: Romance, campo de entrenamiento y guerra. Las dos primeras se podrían enmarcar en el terreno del cine clásico americano. Ahí es donde Gibson se pone el disfraz de Clint Eastwood para narrar con mano firme y a la vieja usanza. Un tipo de cine casi extinto.

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Es en la guerra donde vemos la cara más reconocible del director, haciendo de la violencia una de las bellas artes. La coreografía bélica del australiano es digna de mención. A esto hay que añadirle que se ha prescindido de los efectos especiales apostando por la acción real. Como cuenta el propio director en el Making Off «Todo lo que se ve en pantalla está rodado de verdad». Así que cuando vemos a una persona en llamas en la película hubo fuego real, no el ya habitual fuego por ordenador.

El problema de Hasta el último hombre es el mismo que padecieron Braveheart o Apocalypto. A Gibson le cuesta atravesar la capa de superficialidad que hay en sus películas. Hay amor, hay sufrimiento, hay guerra… Pero todo parece orquestado. Hay violencia, hay dolor, pero falta esa capa de realismo que nos acerque aún más a sus protagonistas. Falta crudeza.

Tampoco me ha convencido Andrew Garfield. He visto más a un ‘actor haciendo de’ que al verdadero Desmond Doss. He visto ‘al que hizo de Spiderman’, lo cual no dice mucho a su favor. Por suerte los secundarios, fantásticos Vince Vaughn, Sam Worthington y Hugo Weaving, consiguen lo que no logra el protagonista. También brilla con luz propio Teresa Palmer. Vale, su interpretación no es nada del otro mundo, pero como le dicen a Doss en un momento de la película… «¿Sabes qué juega en otra liga, verdad?». Vamos, que la chica no está mal.

Tras esta valoración gratuita y superficial volvamos a la película. Aún con sus fallos, el material con el que cuenta Gibson es de primer nivel. Hay una historia que merecía ser contada, y que por si solo hace que la película funcione. Además aparecen temas como el bullying, porque Hasta el último hombre no es solo una película antibelicista, también es una gran cinta contra los prejuicios.

La historia real de Desmond Doss (Leer solo si ya has visto la película)

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Aunque parezca la última gran americanada la historia de Desmond Doss es completamente verídica. Sus compañeros de misión contabilizaron más de 100 salvamentos por parte del objetor de conciencia, pero Doss, del que todos los que le conocieron destacan su humildad, dijo que ‘solo’ habían sido unas 50, por lo que el ejercito americano dejó la cifra en 75.

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En el momento de su rescate tras la explosión de una granada, la película omite una de sus mayores heroicidades. (Quizá Gibson pensó que era demasiado ya). A pesar de la gravedad se tiró de la camilla y cedió su lugar a otro herido. Se mantuvo esperando cinco horas en el campo de batalla  a la siguiente camilla.

La guerra pasó factura a Doss, que sufrió tuberculosis, perdió un pulmón y se quedó sordo.

American Crime Story: The people v. O.J. Simpson. La cuestión racial

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Curioso que en 2016, 21 años después del juicio contra el célebre jugador de fútbol americano y actor  O.J. Simpson, se hayan emitido los dos mejores trabajos audiovisuales al respecto: La serie documental OJ: Made in America y la serie de ficción American Crime Story: The people v. O.J. Simpson. Nos centraremos en el producto de ficción del canal estadounidense FX, que ha sido estrenado en España por Netflix, una vez más sacando a flote lo mejor de la programación televisiva americana.

Al frente de la serie encontramos a Ryan Murphy, uno de los grandes nombres del sector gracias a Nip/Tuck, Glee, American Horror Story y Scream Queens. En esta ocasión se aleja del terror y la comedia para dramatizar el juicio más mediático de la historia de los Estados Unidos.

Si no sabes nada de los que sucedió en ese 1994 estas en la posición óptima para ver la serie. No era mi caso exactamente. Recuerdo ver en el telediario las imágenes de O.J. huyendo en una furgoneta blanca, imágenes que por alguna extraña razón tengo grabadas en la memoria. Pero hasta ahí. Mi temprana edad me impedía entender la complejidad de un juicio. Supongo que por eso mi cerebro decidió que era más sencillo quedarse con la imagen de un coche escapando a toda velocidad.

O.J fue acusado de doble asesinato por la muerte de su mujer, Nicole Brown, y Ronald Goldman. A pesar de que estaba muy lejos de ser portavoz de la comunidad negra, la estrategia de la defensa convirtió el juicio en una cuestión racial. La televisión le dio al proceso una cobertura inaudita, y todos los implicados en el juicio se convirtieron de la noche a la mañana en protagonistas de la programación televisiva.

Murphy ha sabido dramatizar esos meses convulsos desde la misma noche del suceso con un guión inteligente que nunca se estanca en las arenas movedizas del lenguaje judicial. Prima el entretenimiento, un entretenimiento nunca exento de calidad. El guión consigue que siempre queramos más, haciendo que los diez episodios pasen un suspiro. Todo funciona como un reloj, desde la elegante dirección a la acertada puesta en escena.

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Y a pesar del buen material de partida, son las interpretaciones son la gran baza de esta serie. El nombre de Simpson resuena en el título, pero no es el acusado el personaje principal. La fiscal Marcia Clark, brillantemente interpretada por Sarah Paulson, es la auténtica protagonista. Sin duda es la de Paulson la mejor interpretación femenina de 2016 en el terreno series. El resto del reparto también rinde a gran nivel. La tarea de reciclaje de Murphy con John Travolta, David Schwimmer y Cuba Wooding Jr, intérpretes en clara decadencia, es digna de mención. Travolta también figura como productor ejecutivo de la serie.

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La segunda temporada de la franquicia American Crime Story, ya en producción, se centrará en el desastre del huracán Katrina, a priori un tema con menos pegada que el caso Simpson. Mientras que la tercera, recién confirmada, se centrará en el asesinato de Gianni Versacce. Un gran reto después de esta gran primera temporada.

 

Making a murderer (T1): La oveja negra de Wisconsin

Qué el éxito de Netflix no es casual lo demuestran productos como Making a murderer, serie documental que recrea el caso del pueblo de Manitowoc (Wisconsin) contra Stephen Avery, un vecino poco integrado en la comunidad. Diez episodios que nos harán replantearnos el funcionamiento de la justicia gracias a una minuciosa recopilación de información montada con tintes de thriller. En ausencia de adaptaciones de John Grisham lo mejor que podemos hacer es recurrir a la cruda realidad.

A partir de aquí va la primera recomendación. ¡No busques información sobre el caso real! No necesitas saber nada. De este modo obtendrás los asientos de primera fila de esta montaña rusa de acontecimientos. Tras el interesante piloto llegué a pensar que el caso ya estaba contado, y resulta que solo acababa de empezar. Con el paso de los capítulos lo interesante se torna en apasionante. Hacía tiempo que no me enganchaba tanto a una serie.

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Quizá no estemos ante un producto para todos los públicos. Aquí no hay gente guapa ni personajes carismáticos. Tampoco encontramos bellos paisajes. Estamos en la América profunda y la protagonista es la investigación. Desconocemos como se ha llevado a cabo la labor de recopilación de información, pero el trabajo de las realizadoras Laura Ricciardi y Moira Demos es sencillamente deslumbrante. No falta un audio, una declaración, un testimonio, una llamada clave. Da la impresión de que todo está ahí.

Además la serie ha conseguido traspasar las barreras del consumidor de documentales hasta el gran público. El éxito de sus diez episodios ha dejado una fuerte resaca en la sociedad americana. El caso de Making a murderer deja en ropa interior a un sistema judicial que presume de no tener parangón en el planeta. Una vez más, la (supuesta) primera potencia mundial queda muy tocada.

Solo me queda recomendaros la que ya es una de las mejores series de los últimos años. Que no os eche para atrás la etiqueta de documental, Making a murderer es una serie de primera división. Y adictiva como pocas. Una de juicios, a mi juicio, imprescindible. Para muestra su intro:

La verdad duele: Will Smith contra el domingo americano

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Tras un discreto paso por los cines, Concussion, titulada en España La verdad duele, recuperó repercusión gracias a un tweet de Gerard Piqué tras una derrota del Real Madrid que levantó ampollas entre los seguidores blancos.

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Mi desconocimiento de la historia real en la que se basa era total. De hecho tuve que revisar que había puesto la película correcta tras ver que el filme empezaba hablando de fútbol americano. Pero no era un error, Concussion no es cine deportivo, pero habla de una auténtica final, la que jugó la todopoderosa NFL contra el doctor Bennet Omalu. Este último asoció el alzheimer precoz y otros problemas cerebrales a los fuertes impactos que recibían los jugadores de fútbol americano durante su carrera. La liga, con apoyo del sistema, hizo todo lo posible por tirar abajo la teoría y desacreditar al doctor Omalu.

Estamos ante una película tremendamente irregular que por momentos hace honor a ese título tan de sobremesa con el que nos han deleitado los traductores. No se puede negar que funciona como entretenimiento de digestión fácil, pero tampoco que en ningún momento alcanza la trascendencia que el director Peter Ladesman quiere darle. La mayor cota que se alcanza es la corrección.

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Will Smith no está demasiado fino en su interpretación de Bennet Omalu. El actor es víctima de un guión que intenta meter con calzador otras historias menores como el romance del protagonista con Prema Mutiso, interpretada por Gugu Mbatha-Raw. Una historia de amor instantánea y sin fundamento que en momentos como el del baile en la discoteca provoca vergüenza ajena. Quizá lo más destacado del apartado interpretativo es la breve pero intensa interpretación de un David Morse dejadísimo para la ocasión. El actor de Massachusetts puede presumir a sus 62 años de interpretar a secundarios que siempre funcionan. Morse es uno de esos tan necesarios obreros de la construcción interpretativa, un peón en un terreno de egos.

La sensación final que se le queda a uno tras ver la película fue que la tremenda lucha de Omalu apenas ha servido para nada. Los que se queden con ganas de ver un gran título del subgénero «El hombre contra la megacorporación» pueden acercarse a la extraordinaria El dilema, sobre la lucha de un hombre contra la ‘mafia’ tabacalera. Eso sí es gran cine americano.

13 horas: Los soldados secretos de Bengasi. La historia según Michael Bay

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No quiero convertir este artículo en una carta abierta a Michael Bay, pero solo diré… «Ay Michael Bay, que grande eres». Le tacharán de megalómano, de superficial, de sacacuartos, pero estamos ante un director único, un autor en lo suyo. Su cine casi siempre es igual. Acción desmesurada, frases grandilocuentes e imágenes ultrasaturadas. Un estilo reconocible, pero muy efectivo.

En 13 horas: Los soldados secretos de Bengasi se pasa al territorio Kathryn Bigelow, con una recreación de un episodio de supervivencia USA en zona de conflicto. La ex de Cameron es hoy en día el máximo exponente del neobélico en oriente medio. La incursión de Bay sacrifica introspección para centrarse en la acción y en la puesta de escena, y en ese territorio Bay casi siempre destaca. Estamos de alguna manera ante una nueva Black hawk derribado, que sustituye la efectividad de Ridley Scott por el sentido del espectáculo de la marca Bay.

Las acusaciones a la película serán las de siempre: Americanada, patriotismo… Pero lo cierto es que no he visto en 13 horas ese madeinusismo que cierto sector de la crítica quiere vender. Cierto es que Bay no se centra en el horror de la guerra, pero en ningún caso pinta de héroes a los protagonistas, unos soldados que, seguramente como les ocurre a muchos de ellos en la vida real, se han olvidado de sentir y padecer. Ni siquiera aparece el arrepentimiento. Más que del horror bélico vemos la deshumanización interior. Los protagonistas disparan como si estuvieran jugando al Call of Duty.

Interesante también que la acción se desarrolla en 2012, bajo las reglas del nuevo marco internacional y en la época post-invasionista de Estados Unidos, con un Obama menos beligerante que sus predecesores en el cargo. Parece que los soldados USA han dejado en Texas el sombrero de Cowboy y ya no disparan primero, cosa que nunca ocurría en el cine de los 90 y 00, donde una débil amenaza era una llamada a la acción.

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Otro acierto del filme es la apuesta por un reparto sin grandes nombres, liderado por unos efectivos James Badge Dale y John Krasinski. En definitiva, otro buen trabajo para un Bay que mejora cada vez que se aleja de Transformers, aunque no alcanza el nivel que mostró en la divertida Dolor y dinero. Aún nos queda mucho que ver del director angelino.

Bengasi, la verdadera historia

A la película solo le podemos achacar la falta de rigor, puesto que olvida contar que el ataque al consulado estadounidense comenzó como una protesta ante la película antimusulmana La inocencia de los musulmanes. Se trataba de un filme americano que podía verse a través de internet y que causo gran polémica en el norte de África y el suroeste asiático por la imagen caricaturizada que ofrecía de Mahoma. Días más tarde Al Qaeda reivindicó el ataque, un asalto que pudo usar la manifestación como tapadera para ocultar un atentado que coincidía con el aniversario del 11S. Tras los sucesos que muestra la película, decenas de libios se manifestaron para desmarcarse de los grupos radicales del país.

 

 

Joy: Por no decir JLaw

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Jennifer Lawrence me recuerda al Stephen Curry de esta temporada en la NBA. Puede parecer un símil delirante, pero la sensación que tengo al verles es similar. Van sobrados. Supongo que la única razón por la que JLaw no se hizo con la estatuilla fue simplemente tener ya una. Ella es la responsable de que esta Joy se eleve muy por encima de la película infumable que podía haber sido. En esta ocasión la interpretación está por encima del personaje.

Joy cuenta la historia real de Joy Mangano, una mujer que pasó de ama de casa plurihipotecada a reina de la Teletienda. Quizá no sea la historia más apasionante del planeta, pero la buena mano en la dirección David O. Russell convierte la película en una experiencia satisfactoria. Aunque el guión esté por debajo de los The fighter, El lado bueno de las cosas o La gran estafa americana, el acertado (e intencionado) tono Frank Capra aporta cierta magia a la película.

Poco puedo decir del resto del casting, habituales del director como Robert De Niro o Bradley Cooper, que se ven eclipsados por el cometa Lawrence. Como es habitual es las pelis de O. Russell, la dirección artística esta cuidadísima, y la selección de temas para la banda sonora vuelve a ser un acierto.

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Además Joy muestra una variante complicada del sueño americano. Intentar lograrlo siendo mujer trabajadora, madre soltera y ama de casa en el seno de una familia complicada. Si es algo complicado hoy más lo era a principios de los años noventa.

Dicho todo esto, no entiendo la mala acogida de crítica y un importante sector del público que tuvo la película. Quizá su sencillez juegue en contra, pero mi sensación es que David O. Russell es uno de esos directores a los que esperan con antorchas cada vez que estrena. Puede que no sea ese rey de Hollywood que convierte en oro cada proyecto que toca, pero lo que es innegable es su personalidad y estilo propio a la hora de narrar. Esta Joy merece una oportunidad.

Everest: Cosas que no hacer en un ochomil

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Viendo el cartel de Everest hay que reconocerle un mérito al director islandés Baltasar Kormákur: Convenver a una constelación de actores de primer nivel (Jake Gyllenhaal, Jason Clarke, Josh Brolin  , Keira Knightley, Emily Watson…) para aparecer en su película. Una recomendación para los que estén pensando en ir a verla:  Ahorrarse el trabajo de documentación previa es el mayor acierto .Conocer los sucesos que cuenta la película previamente puede convertir su visionado en un auténtico docudrama, en el peor de los sentidos.

La cinta, basada en hechos reales, narra el dramático intento de cima de dos expediciones comerciales en el Everest. Los hechos tuvieron lugar en el año 1996, cuando la montaña más alta de la tierra ya recibía en su campamento base a excursionistas premium.

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Al filme hay que agradecerle el mostrarnos muy de cerca uno de esos lugares que el mortal medio nunca verá. La parte que nos muestra la ascensión es lo mejor de Everest, y la técnica funciona. Ojalá el subgénero se ponga de moda y podamos ver grandes películas de alpinismo en los próximos tiempos. Un tipo de cine que ha dado pocas alegrías y en el que los grandes maestros son los alemanes (Cara norte o Nanga Parbat). Sin duda un ochomil merece algo más que películas tipo Límite vertical.

Por desgracia es ese apartado técnico lo único salvable. El guión naufraga en una historia que de por si tampoco tiene demasiada chicha. Mi ignorancia me hizo pensar que lo que iba a ver era un rescate épico a más de 8.000 metros, pero no es el caso. Otro de los grandes errores es ese intento de realizar un filme coral con un gran número de personajes. Lo que se ha conseguido de esa manera es anular el desarrollo de los mismos. Eso provoca que lo que debería llegarnos al corazón se convierta en una situación de cartón piedra con reminiscencias al cine de «después de comer».

Josh Brolin in Everest

Mal empezábamos cuando la publicidad de la película hablaba del Everest como la montaña más peligrosa del mundo, lo cual es rotundamente falso. Annapurna, con una tasa de mortalidad que supera el 40% o el K2, una de las más complicadas, son más peligrosas. Bien es cierto que Everest cuenta con el mayor número de cadáveres, pero esto se debe a que sus ascensiones e intentos de cumbre son infinitamente superiores. De hecho, muchos himalayistas se han quejado de esa etiqueta «serial killer» que la película pone a la montaña. El testimonio de la montañera Araceli Segarra, que vivió los hechos en primera persona y que ha sido borrada de la cinta es revelador.

No hay que subestimar a la película como guía de cosas que nunca se deben hacer a más de 8.000 metros, porque los alpinistas se embarcan en una auténtica sucesión de errores, y ya sabemos lo que puede pasar cuando te fumas un cigarro cerca del surtidor de la gasolinera.

The Sacrament: Apocalipsis ahora

El FANT recibió al invitado estrella de la 20ª edición, el director  norteamericano Ti West (La casa del diablo, Los huespedes), que acudió a presentar su película The sacrament junto a la actriz Kate Lyn Sheil.

Lo que nos ofrece West está vez es un brutal found footage (subgénero de metraje encontrado) inspirado en los hechos reales sucedidos en la comunidad conocida como Jonestown. Os recomiendo que si no habeis visto aún el filme y no conoceis lo sucedido, no os documenteis sobre ello hasta después del visionado. Sin duda, uno de los episodios más oscuros de la crónica negra estadounidense.

El punto de partida nos lleva de viaje con periodistas de VICE hacia Eden Parish , una especie de comunidad hippie que vive aislada de la sociedad. El Jordi Évole de turno intentará comprender los motivos que han llevado a esa gente a vivir al margen del sistema. Como es de esperar, no es oro todo lo que reluce en el poblado. Ti West consigue desplazarnos hasta allí gracias a una sobria labor de dirección y a un reparto competente.

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En ese casting brilla con luz propia el actor Gene Jones, que encarna al personaje de «Padre», lider de la comunidad. En él hay retazos del Walter E. Kurtz de Apocalypse now, que se aisla en la selva para crear su propia civilización. También tiene algo del Sheriff Arpaio, el más implacable de Estados Unidos por el deleznable trato que ofrece a los detenidos, especialmente a los inmigrantes mexicanos. Aunque de pensamiento opuesto, es idéntico en la forma de expresión. Os dejo el video del encuentro entre Arpaio y Jordi Évole

Esta asociación no es casual. La entrevista entre el periodista protagonista y padre es para mi el momento más brillante del filme. Espectacular presentación de personaje que parte del periodismo y desemboca en el terror.

A partir de ahí ya no habrá vuelta atrás. El viaje nos llevará a conocer un auténtico infierno terrenal, similar al que encontramos en los diez minutos finales del Elephant de Gus Van Sant.

The sacrament se diferencia de El proyecto de la bruja de Blair jugando y derivados jugando en la una liga realista, alejada de todo elemento sobrenatural. Uno de los grandes aciertos es el espacio, las localizaciones. El espectador tendrá la sensación de encontrarse en medio de ninguna parte.

West consigue levantar una película enorme. Capta nuestra atención, nos hace testigos del drama y una vez allí nos hace reflexionar sobre el reverso tenebroso de la condición humana. Sin duda, una de las mejores películas que hemos visto en la sección oficial. Los aplausos en los créditos confirmaron esta afirmación.

Ti West y Kate Lyn Sheil ante el público

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Director y actriz charlaron educamente con la audiencia tras la proyección. No desaprovechamos la oportunidad de poder hablar con West. Le preguntamos por la inspiración del personaje de West, puesto que, además del Coronel Kurtz, nos venían a la cabeza políticos y grandes mandatarios. West nos contó que sobre todo se inspiró en Jim Jones (el padre de los sucesos de Jonestown), pero que también tenía algo de la clase política, y de los vendedores de coches.

La actriz Kate Lyn Sheil vio en el FANT The sacrament por primera vez y quedó muy satisfecha con el resultado final. Uno de los espectadores hizo referencia a un antológico plano secuencia de la película que calíficó como lo mejor del festival. West nos contó que le costó 17 tomas. Merecieron la pena.

El próximo jueves, el director comenzará el rodaje de su próxima película, un Western. Ganas de verla, aunque ya ansiamos su vuelta al género.